Comentario
Cómo el Almirante corrió otra tormenta, y al fin recuperó su gente con la barca
Pareciendo al Almirante que tardaban mucho los que habían ido en la barca a tierra, porque era ya casi mediodía y habían salido al alba, sospechó que algún mal o percance les habría sucedido en mar o en tierra, y porque desde el lugar en que había surgido no se podía ver la ermita donde habían ido, resolvió salir con el navío e ir detrás de una punta, desde la cual se descubría la iglesia. Llegado más cerca, vio en tierra mucha gente a caballo, la que, apeándose, entraba en la barca para ir y asaltar con las armas la carabela. Por lo cual, temiendo el Almirante lo que podría suceder, mandó a los suyos que se pusiesen en orden y se armasen, pero que no hiciesen muestra de quererse defender, a fin de que los portugueses se acercaran más confiadamente. Pero éstos, yendo al encuentro del Almirante, cuando lo tuvieron ya cerca, el capitán se levantó, pidiendo muestra de seguridad, la que fue dada por el Almirante, creyendo que subiría a la nave, y que así como éste, a pesar del salvoconducto que dio había tomado la barca juntamente con la gente, así él podía retenerle, bajo la fe, hasta que le restituyese lo mal apresado. Pero, el portugués, no se atrevió a acercarse más de lo que bastaba para ser oído; entonces el Almirante le dijo que se maravillaba de tal innovación, y de que no viniese alguno de los suyos a la barca, pues eran bajados a tierra con salvoconducto y con ofertas de regalos y socorro, mayormente habiendo el capitán mandado saludarle. A más de esto, le rogaba considerar que, lo hecho por él no se usa ni aun entre enemigos, no es conforme a las leyes de caballería, y ofendería mucho al rey de Portugal, cuyos súbditos, en tierras de los Reyes Católicos, sus señores, son bien tratados y reciben mucha cortesía, arribando y estando, sin algún salvoconducto, con mucha seguridad, no de otro modo que si estuvieran en Lisboa; añadiendo que Sus Altezas le habían dado cartas de recomendación para todos los príncipes y señores y hombres del mundo, las cuales mostrara si se hubiese acercado; porque si en todas partes eran respetadas estas letras, y él era bien acogido, y todos sus vasallos, mucha más razón había para que fuesen recibidos y agasajados en Portugal, por la vecindad y el parentesco de sus príncipes; especialmente, siendo él, como era, su Almirante mayor del Océano, y virrey de las Indias, por él recientemente descubiertas; de todo lo que le mostraría las cartas, firmadas de sus Reales nombres y selladas con su sello. Y así, de lejos, se las enseñó, y le dijo que podía acercarse sin miedo, pues por la paz y la amistad que había entre los Reyes Católicos y el Rey de Portugal, le habían mandado que hiciese toda honra y cortesía que pudiese a los navíos de portugueses que encontrara. Añadiendo que, aunque el quisiera obtinadamente y con descortesía retener su gente, no por esto quedaría impedido de ir a Castilla, porque le quedaban bastantes hombres en el navío para navegar hasta Sevilla, y aún para hacerle daño, si era necesario, del cual él mismo habría dado ocasión, y tal castigo se atribuiría justamente a su culpa; a más, que, por ventura, su Rey lo castigaría como a hombre que daba causa para que se rompiese la guerra entre él y los Reyes Católicos.
Entonces el capitán con los suyos respondió: "No cognoscemos acá al Rey e Reina de Castilla, ni sus cartas, ni le habían miedo, antes les darían a entender que cosa era Portugal". De cuya respuesta conoció el Almirante y temió que después de su partida habría sucedido alguna rotura o discordia entre un reino y el otro; sin embargo, se inclinó a responderle como a su locura convenía. últimamente, al marcharse, el capitán se levantó, y desde lejos le dijo que debía ir al puerto con la carabela, porque todo lo que hacía y había hecho, se lo había encargado el Rey su señor por cartas. Habiendo oído esto el Almirante, puso por testigos a los que estaban en la carabela; y llamados el capitán y los portugueses, juró no bajar de la carabela hasta que no hubiese hecho prisioneros un centenar de portugueses para llevarlos a Castilla y despoblar toda aquella isla. Dicho esto, volvió a surgir en el puerto donde antes estaba, porque el viento no permitía hacer otra cosa.
Pero al siguiente día, arreciando mucho más el viento, y siendo desventajoso aquel lugar donde había surgido, perdió las áncoras y no tuvo más remedio que desplegar las velas hacia la isla de San Miguel, donde, si por la gran tormenta y temporal que todavía duraba, no pudiese echar las anclas, había resuelto ponerse a la cuerda, no sin infinito peligro, tanto por causa del mar que estaba muy alborotado, como porque no le quedaban más que tres marineros y algunos grumetes; toda la otra gente era de tierra, y los indios no tenían práctica alguna de manejar velas y jarcias. Pero supliendo con su persona la falta de los ausentes, con bastante fatiga y no leve peligro pasó aquella noche hasta que, venido el día, viendo que había perdido de vista la isla de San Miguel, y que el tiempo había abonanzado algo, decidió volver a la isla de Santa María, para intentar, si podía, recuperar su gente y las áncoras y la barca, donde arribó el jueves, a la tarde, el 21 de Febrero.
No mucho después que llegó fue la barca con cinco marineros, y todos ellos con un notario, confiados con la seguridad que les dio, entraron en la carabela, en la que, por ser ya tarde, durmieron aquella noche. Al día siguiente, dijeron que venían de parte del capitán a saber con certeza de dónde y cómo venía aquel navío, y si navegaba por comisión del Rey de Castilla; porque, constando la verdad de esto, estaban prontos a darle toda honra. Cuya mudanza y oferta se debió a que veían claro que no podían tomar el navío y la persona del Almirante, y que les podría resultar daño de lo que habían hecho. Pero el Almirante, disimulando lo que sentía, respondió que les daba gracias por su ofrecimiento y cortesía; y pues lo que pedían era según uso y costumbre de la mar, él estaba dispuesto a satisfacer su demanda; y así les mostró la carta general de recomendación de los Reyes Católicos, dirigida a todos sus súbditos, y a los otros príncipes; y también la comisión y mandato que aquéllos le habían hecho para que emprendiese tal viaje. Lo cual, visto por los portugueses, se fueron a tierra satisfechos, y devolvieron pronto la barca y los marineros; de los cuales supo el Almirante decirse en la isla, que el Rey de Portugal había dado aviso a todos sus vasallos, para que hiciesen prisionero al Almirante, por cualquier medio que pudieran.